jueves, 24 de abril de 2014

Cruce de caminos






 Román M.



Mi corazón está en las tierras altas
Pero hoy me encuentro más perdido que nunca
Ojalá alguien venga a rescatarme
He debido equivocarme en los cruces.
                                              -Extracto de un poema de Bob Dylan-

Si, muy perdidos andamos. En algún cruce debimos equivocarnos.
¿Cuándo?, no lo se, mucho tiempo atrás, me temo.
Una pista me la da un tal Paul Lafargue que, allá por 1880 escribía:
Cada minuto de trabajo de la máquina podría conceder al obrero diez días de descanso y, lo que vale para la industria textil vale más o menos para todas las industrias renovadas por la mecánica moderna. Pero ¿qué vemos? A medida que la máquina se perfecciona y destruye el trabajo del hombre con una rapidez y precisión  incesante y creciente, el obrero en lugar de prolongar su descanso en la misma medida, debe redoblar su esfuerzo.
Ante esta locura de trabajar en exceso, el gran problema de la producción capitalista no es ya el de encontrar productores y decuplicar sus fuerzas, sino el descubrir consumidores, el de excitar sus apetitos y el de crear necesidades artificiales. Pero nada es bastante para agotar las montañas de productos que se amontonan. Los fabricantes, enloquecidos, ya no saben qué hacer. Al final  todos nuestros productos son adulterados con el fin de facilitar su salida y reducir su duración.
Nuestras máquinas, con su fecundidad maravillosa e inagotable, realizan dócilmente el trabajo para el que fueron creadas y sin embargo los grandes filósofos del capitalismo no comprenden aún que la máquina es la redentora de la humanidad. El Dios que le dará al hombre el ocio y la libertad.
El derecho a la pereza, Paul Lafargue
 (Edición: Ingo Música / 18 chulos records)
Este buen hombre quería que, se impidiera por ley, trabajar más de tres horas al día. ¡Bendito!
En su lugar, la revolución industrial elevó la sociedad  del trabajo y el negocio a límites no conocidos hasta ese momento y acabó imponiendo el modelo capitalista de sociedad de consumo y su ideología de desarrollo sin límites.
Y así nos luce el pelo, aconsejados por la avaricia y la soberbia nos hemos equivocado en los cruces, en todos y cada uno de ellos. Y aquí estamos, arrollados por un capitalismo salvaje, depredador de nosotros mismos y de los recursos del planeta, abocados a un consumo voraz, irresponsable y nada sostenible (aunque esta palabra llene la boca de los políticos en todo el mundo).
Hoy confundimos capitalismo con democracia y técnica con civilización.  Pero lo cierto es que nos adoctrinan para que creamos que la una no puede vivir sin el otro y que, aunque tengamos  vuelos trasatlánticos y una estación aéreo espacial, seguimos siendo bastante bárbaros; incapaces de vislumbrar que una sociedad en la que se tiene que estimular artificialmente el consumo para mantener en marcha la producción, es una sociedad fundada en basura y desperdicio, Y que una economía en desarrollo continuo no es un éxito, es un cáncer.
No sé bien hacia donde nos encaminamos pero…. “no me gusta el caminar de la perrita”. La avaricia humana no parece tener límites, la brecha social no se reduce, siquiera poco a poco, sino que es cada vez mayor y este sistema que vuelve a la gente egoísta y agresivamente competitiva. No parece un buen camino, por lo menos no el más adecuado, para una sociedad que dice querer progresar en paz y armonía consigo misma y con el mundo.
La contradicción más clara y perversa de este sistema es “el paro”.
Es contradictorio que “el paro” se haya convertido en el mayor de los problemas de esta economía capitalista y en motivo de pobreza y exclusión para millones de personas cuando, resulta que el paro, no es más que la consecuencia lógica del desarrollo tecnológico. “La consecuencia feliz”, debería ser (ya sabéis…. La máquina liberadora….)
Y es perverso tener un sistema educativo – y no hablo solo del formal, el informal es aún más sibilino -  pensado para crear una sociedad de trabajadores eficientes que conseguirán la felicidad a través del trabajo y el ávido consumo, cuando no se le puede dar trabajo a todo el que lo quiera.
¡La solución parece de cajón!:
“Trabajar menos horas para trabajar todos y que lo producido se consuma controlando las plusvalías sin permitir la acumulación avariciosa de la riqueza en unas pocas manos.   De modo que todo el mundo cobre lo necesario como para mantener el mismo nivel de vida actual”.
¿Sencillo no? Esto ya lo proponía, en el año 1983, Luis Racionero en su ensayo Del paro al ocio
Y la idea no era nueva, tuve un profesor que nos decía en clase, finales de los ’70 – primeros ’80 que nosotros (sus alumnos, él decía que era demasiado viejo para verlo) conoceríamos la jornada laboral de 4 o 5 horas a la semana. Que el trabajo habría que repartirlo dado el avance imparable de la tecnología y la informática.
Claro que esta idea es incompatible con noticias como la leída hace unos días en prensa: 
Sesenta directivos de empresas del IBEX cobraron en el año 2013 más de un millón de Euros.
Muchas de esas empresas, en el mismo periodo, redujeron plantilla mediante ERES y aprovecharon la tan cacareada reforma laboral para abaratar salarios y prestaciones”. 
Por supuesto, es solo una anécdota, seguro que -a quien lea esto- se le ocurren un montón de ejemplos.
Pero, no me hagáis caso, en el fondo no soy sino un viejo iluso, devenido en pesimista, que añora aquella generación que pretendió cambiar el mundo con su mensaje de paz y amor.  


Imagine, John Lennon. Versión de Playing for change
 

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