viernes, 18 de abril de 2014

La curiosidad de la infancia




 

Montse


De pequeña, Marianne Qvist era ingobernable, y ya con tres años volvía a casa con babosas, caracoles y otros bichos. Al principio, su padre la animaba a salir a descubrir la naturaleza, trepar a los árboles, explorar charcos en busca de larvas de insecto y lanzar barro a los pájaros de la calle, mientras la madre se limitaba a dirigir a su sucia hija una mirada llena de repugnancia. Así fue como se convirtió ante todo en hija de su padre. Este decía a menudo que era una gitanilla. De hecho, cuando él era niño, sus vecinos más cercanos eran una colonia de gitanos, y el espectáculo de sus idas y venidas ejerció cierta atracción sobre él, igual que las tarjetas que por Navidad le enviaba un tío de Groenlandia.  Por eso usaba la palabra gitanilla con cierto cariño, aunque su esposa Karen no le veía el encanto por ninguna parte
Cabeza de perro, Morten Ramsland
(Ediciones Salamandra, 2008)

No soy de las que recuerdan la infancia con nostalgia (de hecho, no la recuerdo de ninguna forma… mi memoria es bastante limitada y recuerdo muy pocas cosas, por suerte casi todas buenas). Y tampoco tengo hijos, por lo que los niños no forman parte de mi vida cotidiana. Sí tengo sobrinos, diez concretamente. La mayor –Ester- tiene 26 años; la más pequeña –Daniela- tiene 3 años; y en medio hay 3 sobrinos y 5 sobrinas más.
Por lo que en estos 25 años siempre he tenido niños cerca. Ya se sabe que a quien Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos; y la ventaja de los sobrinos es que los tienes cuando están bien, en momentos de diversión y de ocio. Y las tareas de educación, castigos, enfermedades, les quedan a los padres…
Siempre me he divertido con los niños (siendo algo cínica, podría decir que el momento más feliz es cuando se los devuelvo a sus padres, pero no siempre es así. A veces, solo). Lo que más me gusta es su capacidad de asombro ante todo lo que ocurre, cuando están descubriendo el mundo que les rodea y todo es nuevo; cuando te vuelven loca con preguntas que para ti son obvias, pero no para ellos que realmente desconocen la respuesta. Y me divierte cuando llegan a la adolescencia y toman esa actitud de estar de vuelta de todo, de saberlo todo; cuando te miran como si no te enteraras de nada… y saben que te das cuenta de que realmente no lo saben, pero se mantienen en su papel.
Lo que no me gusta tanto son esas personas que cuando crecen ya nada les sorprende, nada les ilusiona, todo es aburrido (y no hablo de mis sobrinos, que siguen siendo entusiastas descubridores de su mundo). 
Es cierto que cuando ya estás en la segunda mitad de tu vida -este año cumplo 50 años, creo que es un buen punto para considerar la mitad de mi vida- es más difícil encontrar cosas que te sorprendan, o que te ilusione aprender algo, pero para mi la felicidad radica en encontrar esos detalles que te conectan con la capacidad de asombro –limpio y agradecido- de la infancia, con la posibilidad de disfrutar de nuevas experiencias. 
Saberlo todo, no poder descubrir nada nuevo debe ser tremendamente triste y aburrido.
En el último año yo he descubierto la fotografía, algunas de las cuales comparto en este blog. Es sólo una de las cosas que me ilusionan en este momento, no la única.
Para terminar la entrada de hoy, quiero compartir una canción de El Arrebato, un cantante que siempre me hace sonreir... me da la sensación que es una persona feliz, que no ha perdido su capacidad de asombro

Mi colega de siempre, El Arrebato
Web oficial de El Arrebato: http://www.elarrebato.es/es_ES

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