lunes, 7 de septiembre de 2015

Selfie veraniego



  Montse 

Almorzaba con su hermana un par de veces a la semana en la cafetería del dormitorio Douglass; ella era muy popular en la escuela y conocía a casi todos los que tuvieran algo de pigmento en la piel, participaba en todas las manifestaciones y todas las marchas, pero nada de eso contribuía a mejorar su situación. Cuando se veían, ella le daba consejos y él asentía calladito, pero después se sentaba en la parada de la guagua, miraba a las jevitas bonitas de Douglass y se preguntaba en qué se había equivocado en la vida. Quería echarle la culpa a los libros, a la ciencia ficción, pero no podía, los quería demasiado. Aunque juró, a principios de su carrera universitaria, que iba a cambiar sus maneras nerdosas, siguió comiendo, continuó sin hacer ejercicio, repetía palabras altisonantes que nadie entendía, y después de un par de semestres sin más amigos que su hermana, por fin se alistó en la organización residente de nerds de la universidad, los RU Gamers, que se reunía en las aulas del sótano de Frelinghuysen y se jactaba de su membresía exclusivamente masculina. Había pensado que la universidad sería mejor, sobre todo en lo tocante a las muchachas, pero en esos primeros años no fue así.
La maravillosa vida breve de Óscar Wao, Junot Díaz
(Mondadori, 2008) 

Esta no es la foto que quería para este selfie, aunque la mayoría de los elementos que hay en ella sí son los previstos. El mar, el sol, yo de espaldas. Lo que no tenía intención de traer era la ropa, pues siempre imaginé que esta foto la tomaría bañándome en el mar. Finalmente no ha podido ser, casi se acaba el verano, y mi selfie es con ropa.

Y tal vez mucha gente lo agradezca, aunque para mi -por extraño que pueda parecer- es más fácil aceptar mi cuerpo sin ropa, que con ropa. Cuando no llevo ropa soy totalmente consciente de mis michelines, mi celulitis, mis lunares, mis -ahora- cicatrices, mis curvas; y veo un cuerpo que es mío y que con el tiempo he aprendido a apreciar y que veo con gusto.

Sin embargo, cuando me veo con ropa empiezan todas mis dudas, ya no me siento tan cómoda con cómo se me marcan las redondeces, o cómo se me destacan unas partes -las que no quiero- y no otras -las que sí-. Y puede que todo sea nada más que un problema de estilismo, que no he dado con el tipo de ropa que me siente realmente bien, aunque sí llevo aquella que me gusta y con la que me siento cómoda.

¿Contradictorio? Probablemente. Yo ya he aceptado que mi lema debiera ser yo soy yo y mis contradicciones. Y no es lo único que he tenido que aceptar de mi.

Cuando una no cumple con su físico con los estándares sociales de belleza tiene que hacer un esfuerzo enorme para apreciar su cuerpo, sus formas. Y es una batalla que luchas más contra ti misma que contra los demás. Eso sí, si al final vences y el resultado es que -seas como seas- sabes que eres como tienes que ser, independientemente de lo que puedan pensar o decir los demás, sales tremendamente reforzada y con tu autoestima muy elevada. Pero no es un camino fácil.

En algún momento de nuestra vida, de repente, nos damos cuenta de que somos mucho más críticos con nosotros mismos, de lo que puedan serlo los demás, bastante preocupados ya en mirarse a sí mismos con la lupa de la crítica implacable. 

No creo que se trate de cegarse sobre uno mismo y decirse lo maravilloso que se es, ahogando esa vocecita interna que te va diciendo "no te lo crees ni tú". Tampoco de resignarse y "darse por perdido" porque no puedes ser de otra manera. 

Creo que hay que conocerse a uno mismo, saber por qué se es de determinada forma, qué nos motiva, qué nos bloquea, cuáles son nuestras prioridades. Mejorar aquello que queremos mejorar, esforzarnos por potenciar aquello que es relevante para nosotros, y ser indulgentes con aquello que sabemos que no es nuestra principal fortaleza. Aceptémoslo, no somos perfectos. Y eso es lo que nos hace únicos.      

Porque, como dice la canción, la vida no vale una mierda hasta que no puedes decir yo soy lo que soy

I am what I am, cantada por la siempre grande Gloria Gaynor, que tantos himnos ha proporcionado al colectivo LGTBI, y que muchos -sin pertenecer a éste- también hacemos nuestros.