jueves, 30 de julio de 2015

Canción




  Montse 
Papi pone un cassette con una canción que nos gusta mucho a los dos: un muchacho dice que se le perdieron sus jeans marca unicornio, que se los busquen, que por favor, pero el muchacho no dice se me perdieron mis jeans marca unicornio, sino que dice directamente mi unicornio azul ayer se me perdió, y uno cree que el muchacho está hablando de un unicornio y no de un jeans.
Papi, Rita Indiana
(Periférica, 2011) 

Elegir una canción para representar en fotografía puede ser muy fácil o muy difícil. Dependerá de la canción, de cómo la interpretamos, de qué elementos tenemos para plasmarla en imágenes y, sobre todo, de qué emociones nos transmite, de cómo nos hace sentir, o cómo puede cambiar nuestro estado de ánimo al escucharlas.

Yo no soy demasiado musical, en el sentido de que no necesito -como sé que le ocurre a otras personas- estar escuchando música contínuamente. Más bien al contrario, un exceso de música puede llegar a saturarme (y dado que vivo con un amante-dependiente de la música, llego a saturarme varias veces al mes). Aunque sí me gusta escuchar aquellas canciones que me animan, o me relajan, o me hacen sonreír. Rara vez canciones que me pongan triste, aunque todo tiene su momento, claro ¿qué mejor forma de superar una ruptura, por ejemplo, que ponerse todas las canciones-drama durante una temporada, para -a continuación- seguir con una buena tanda de canciones aquí estoy yo? Por supuesto, yo prefiero las canciones que me hacen sentir bien, ya sea porque me suben el ánimo, porque me motivan o porque me alegran el día. Y entre ellas, sin ser una lista exhaustiva ni cerrada, ni necesariamente de calidad, destaco:

A quién le importa, de Alaska y Dinarama Mi canción aquí estoy yo fetiche, mi himno durante años
I want to break free, de Queen y casi cualquiera de ellos
Ella, de Bebe
What a wonderful world, de Louis Amstrong, casi en cualquier versión
La leyenda del tiempo, de Camarón
All you need is love, de The Beatles
Eloise, de Tino Casal, para cantar y bailar en casa recordando los mejores 80; no puedo evitar cantarla cada vez que la escucho
Dramas y comedias, de Fangoria, mi nuevo himno. Qué tendrá Nacho Canut, que ha compuesto canciones adecuadas para todos mis estados de ánimo. 
I'd Do Anything For Love (But I Won't Do That), de Meat Loaf
These boots are made for walkin', de Nancy Sinatra
Quiero un camión, de Loquillo y los Trogloditas
No hay nadie como tú, de Calle 13
Quiéreme con alegría, de Los Chichos
El calor de mi cuerpo, de Camela. Sí lo confieso sin avergonzarme, me gusta esta canción del grupo y ellos me caen bien
I say a little pray for you, de Aretha Franklin

Y podría seguir escribiendo canciones hasta poner de manifiesto que mi primera afirmación es falsa. No es cierto que no sea musical; simplemente me gusta escuchar una y otra vez las canciones que me gustan... imagino que como a todos ¿no? 

Esta es la canción que tenía decidida para la entrada del blog; desde que la escuché la primera vez me quedé enamorada de ella; de la perfecta combinación entre Over the rainbow y What a wonderful life. Es de esas canciones que no me canso nunca de escuchar. Y me conecta con mi estado de ánimo de paz y agradecimiento, porque sí, es cierto, el mundo es maravilloso y nunca debemos dejar de perseguir nuestros sueños.



Y ese iba a ser el final de la entrada, pero después de incluir ese fragmento de la novela Papi, no he podido resistir la tentación de creo la conocida canción de Silvio Rodríguez Mi unicornio azul (que no está en mi lista de preferidas, por cierto)

He leído unas cuantas interpretaciones acerca de a qué puede referirse Silvio con esta canción (a Fidel Castro, a la Revolución, a un amor, a un amigo...); la explicación de los jeans es la que acaba de quedar en primer lugar para mi. Lo sorprendente es que en internet hay muchas explicaciones, opiniones, blogs, que afirman que sí, que el unicornio azul se refiere a los únicos y preciados vaqueros que Silvio perdió a saber en qué circunstancias.
 

viernes, 24 de julio de 2015

Animales



  Montse 

Los Mandamientos fueron escritos sobre la pared alquitranada con letras blancas, y tan grandes, que podían leerse a treinta yardas de distancia. La inscripción decía así:
LOS SIETE MANDAMIENTOS
1. Todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo.
2. Todo lo que camina sobre cuatro patas, o tenga alas, es un amigo.
3. Ningún animal usará ropa.
4. Ningún animal dormirá en una cama.
5. Ningún animal beberá alcohol.
6. Ningún animal matará a otro animal.
7. Todos los animales son iguales
Rebelíón en la granja, George Orwell
(Destinolibro, 1986)

Mi relación con los animales es contradictoria, aunque -desde una perspectiva cínica- tal vez podría afirmarse que es inexistente.

Suelo decir que no me gustan los animales, pero no es cierto. En realidad, no me gusta tener animales en casa; no me gusta tener mascotas -estar pendiente de un ser vivo que depende absolutamente de ti, incluso tratándose de un independiente gato; un ser vivo al que debes proporcionarle una vida de calidad, alimentación, salud, cuidados y afecto; porque ¿qué sentido, si no, tiene compartir tu vida con un ser al que no vas a tratar como es debido?- y, por supuesto, estoy en contra del maltrato animal. Y aquí empiezan mis contradicciones, de las que soy plenamente consciente.

Soy socia de WWF, firmo todas las campañas posibles a favor de los animales y de la preservación de la naturaleza, procuro tener un consumo ético a la hora de comprar productos de origen animal... pero no soy vegetariana, ni creo que lo llegue a ser nunca. Por tanto, sí estoy contribuyendo al sufrimiento animal en cierta medida. 

Porque por mucho que intente comprar sólo huevos de gallinas criadas en libertad, o carne de pollo campero, o jamón ibérico, y apenas consumir ya carnes rojas, sino pescados, la realidad es que estoy ingiriendo productos animales. Y sí, en la cadena trófica el hombre -como especie- está en la cúspide, pero ¿debería ser así? Y siendo así ¿están justificados los sistemas de producción intensiva de carne animal? ¿granjas de engorde, en las que los animales -ya sean terneras, o gallinas o conejos...- no pueden moverse en toda su vida, escasa de por sí; en las que son alimentados con piensos procesados, de origen dudoso la mayoría de las veces; sacrificados de manera cruenta? Bien, ya sé que se puede argumentar que no hay maneras incruentas de sacrificar a ningún ser vivo, pero estoy convencida de que sí, y, si no, de que hay que buscarlas.

¿Egoísmo? ya dije que mi relación con los animales es contradictoria. Y sí, me genera dudas éticas toda la parte de consumo animal que hago.

Con otros animales mi relación es mucho menor. No tengo mascotas (tuve peces durante una larga temporada; cuando se nos rompió el acuario -450 litros, era un acuario considerable- pudimos salvar a todos los peces, lo que siempre me ha dado mucha tranquilidad); creo que los toros, por muy tradición cultural que sean, deberían prohibirse pues es un espectáculo que se basa en el sufrimiento animal; y eso se aplica a cualquier espectáculo que necesite quemar, apalear, pinchar, cortar, pegar, azotar a un animal. No me gustan los zoos, ni los circos, ni los espectáculos de animales amaestrados. Y siempre he soñado con ver leones y jirafas... en la selva, que es donde tienen que estar.

Por supuesto, admiro profundamente a las personas que son capaces de "dar el salto" y vivir de manera consciente día a día su respeto por la vida animal, pero el veganismo a mi me queda muy lejos. Por muchos motivos. Tal vez en el futuro, si mi rechazo a las malas prácticas supera a mi comodidad y mi placer, yo también logre llevar una vida de pleno respeto a los animales.

Mientras tanto, creo que un poco es mejor que nada (y sí, también me genera cierta incomodidad ética esta afirmación)

Termino hoy con una canción de Bob Dylan, versionada por Johnny Cash, que es perfecta para este tema: Man gave name to all the animals

 


 

miércoles, 22 de julio de 2015

Verano


  Montse 
En verano, Anna había fumado maría por primera vez. Una noche, en la playa, un pintor belga y su compañera se habían sumado al grupo de la cala Mongó y habían hecho circular unos cuantos porros. Los había probado. Al principio se había mareado —estaba atemorizada—, pero a la tercera calada todos los músculos de su cuerpo se le habían entumecido con un hormigueo tan agradable que, al igual que los demás, se había puesto a reír de placer. Aquella misma noche, más tarde, había oído hablar de las drogas psicodélicas. Alguien había contado que unos ingleses de Platja d'Aro, que cada noche se dejaban caer por Pachá, ponían música de Jefferson Airplane y, cuando empezaba a clarear, invitaban a los amigos a LSD. Los afortunados bajaban a la playa, a la punta d'en Ramis, y se entregaban a una indescriptible experiencia mística. Por lo visto, durante unas horas habitaban mundos paralelos.
Maletas perdidas, Jordi Puntí
(Salamandra, 2010) 

El verano, esa época del año en la que parece que nos sentimos más libres, más felices, más conectados con nuestro cuerpo, con el placer.

Me gusta el verano -aunque este año, con estas temperaturas tan elevadas, ya estoy renegando de él-; y no sólo porque es la época de las vacaciones o de ir a la playa (viviendo en una isla, donde todo el año tenemos temperaturas suaves, la playa es adecuada en todas las estaciones). Tiene que ver con un estado de ánimo.

El verano es tiempo de despreocupación, de relajarse, de olvidarse de compromisos y obligaciones, de disfrutar. Y no es que no sigan llegando las cuentas del banco, o no haya que trabajar (dónde quedarán esas vacaciones escolares de junio a septiembre), o que nuestra vida no siga adelante con sus circunstancias. A diferencia de cuando éramos niños, cuando las vacaciones de verano rompían con las rutinas de horarios, actividades e, incluso, lugares, en la edad adulta la etapa veraniega es menos rompedora. Estos meses, cuando ya no somos niños, son como todos... o casi.

Para mi el verano sigue siendo la época perfecta para vaguear; para leer compulsivamente; para sentarse en terrazas a ver la vida pasar, mientras te bebes unas cañas; para ir a cines de verano o a la playa al atardecer. Y, ahora, para hacer fotos.

Quizá deberíamos plantearnos el verano como una actitud ante la vida, más que como una época del año. Una actitud que nos permita estar más relajados, más contentos, más despreocupados, más conectados, todos los días del año. Haga o no calor (que se agradecería que no hubiera tanto calor, la verdad)

Para terminar, tres canciones porque no soy capaz de decidirme por ninguna de ellas. Y no tiene sentido imponerse normas restrictivas respecto a tareas que sólo buscan estar bien con una misma. Por tanto, bienvenidas todas las canciones del verano.

La primera, de Fórmula V, Vacaciones de verano. Jamás entenderé cómo podía gustarme tanto el cantante cuando era pequeña, pero así era; me parecía de lo más atractivo y moderno (bueno, para la época, moderno sí lo era, con el pelo largo y los pantalones de campana).


La segunda, también una canción mítica de la época, Un rayo de sol, de Los Diablos. Y a ver quién es el que se resiste a entonar el shalalalala del estribillo.


Por último, y ya más internacionales, In the summertime, de Mungo Jerry, que tiene ese toque hippy y desenfadado tan necesario para una canción del verano.

    

sábado, 11 de julio de 2015

Nuevo


 


  Montse 

Brienne tenía unos ojos grandes y muy azules, los ojos de una niña, confiados e inocentes, pero el resto de sus rasgos eran bastos y desproporcionados: tenía los dientes prominentes y desiguales; la boca, demasiado ancha y los labios, tan gruesos que parecían hinchados. Un millar de pecas le cubrían las mejillas y la frente, y le habían roto la nariz más de una vez. El corazón de Catelyn se llenó de compasión. «¿Hay en la tierra criatura tan desafortunada como una mujer fea?»

Y aun así, cuando Renly le quitó la capa desgarrada y le puso sobre los hombros otra con todos los colores del arco iris, Brienne de Tarth no parecía sentirse desafortunada. Una sonrisa le iluminaba todo el rostro.

—Mi vida os pertenece, Alteza —dijo con voz fuerte y orgullosa—. De ahora en adelante seré vuestro escudo: lo juro por los dioses, los antiguos y los nuevos.
Choque de reyes (Canción de Hielo y Fuego 2), George R. R. Martin
(Gigamesh, 2012) 

En mi entrada anterior mencionaba que las niñas "dulces" no suelen gustarme porque es un término que asocio a ñoñería, a pasividad, al estereotipo de la feminidad más sumisa. Y tras los comentarios de una buena amiga sobre tal asociación, quizá debería matizar mi percepción...

No digo que no se pueda ser dulce y fuerte a un mismo tiempo, sino que me identifico más con las mujeres fuertes, independientes y proactivas.

Ese es uno de los motivos por los que he elegido a Brienne de Tarth para esta entrada. Quien haya leído los libros de Canción de hielo y fuego, popularizados por la serie de TV Juego de tronos sabe perfectamente que Brienne no es dulce en absoluto; es más, para ella incluso es un insulto que pueden considerarla femenina, o que la traten como a una mujer.

Tal y como se cuenta en los libros, ella fue consciente -con dolor y pesar- del impacto que generaba su aspecto físico con los demás, especialmente en los hombres. Por ello, el aprender a luchar, el asumir un rol masculino fue su arma para protegerse del mundo. Porque, en ocasiones, si no siempre, la fortaleza es la herramienta que utilizamos para enmascarar nuestra suavidad, nuestra vulnerabilidad, nuestra dulzura... De manera, que la coraza del guerrero es algo más que un símbolo de protección.

Sin llegar a tales extremos -yo soy una mujer y como tal me comporto y me gusta que me traten (definir qué implica ser tratada como mujer es bien simple: como persona digna de respeto... sin más)- me siento muy cercana a ella, a su forma de posicionarse en el mundo y de defender su individualidad. Para mi -junto con Arya Stark, otra mujer guerrera y fuerte- es el personaje femenino más atractivo de la saga, aunque no sea uno de los protagonistas.

El otro motivo por el que la elegí es por el tema de esta entrada, nuevo. Compré hace unos días el muñeco de Brienne (también tengo el de Arya, que me lo regaló mi cuñada hace un par de semanas). Pensando en cómo enfocar el tema, qué cosas nuevas hay en mi vida, me centré en lo más obvio, lo material. Y lo más nuevo son el tatuaje que me hice hace 10 días y esta figura de Brienne que me regalé justo cuando salí del tatuador (la tienda está enfrente)

     
El tatuaje refleja la misma dualidad. La fortaleza y la determinación, por un lado, y la suavidad y la delicadeza, por otro. Al final, no me va a quedar otra que aceptar esa doble vertiente de mi. Que puede parecer fácil, pero no lo es...

Muchas mujeres que conozco -tanto en persona, como a través de los medios de comunicación o de la literatura- reflejan un camino inverso. De su vulnerabilidad parten para ganar fortaleza, asertividad, confianza en sí mismas. En mi caso, el camino es utilizar esta fuerza y esta seguridad para aceptar mi vulnerabilidad, mi parte más necesitada de ayuda y apoyo de los demás... En ello estoy.

Para terminar, una canción que habla de ese camino de convertirse en una mujer fuerte.


Brand New Me, de Alicia Keys (2012)   

 

miércoles, 8 de julio de 2015

Dulce





  Montse
Me quedé dormida contando las vacas, recostada contra el árbol. Una brisa ligera me acariciaba el rostro y me dejé llevar por esa dulce sensación de abandono en el que se sumen algunos niños. Yo no era una niña dulce. Mis pies habían caminado sobre tantos guijarros afilados que mi cuerpo y hasta mi alma llegaron a odiar todo lo que fuese dulce y tierno. Pero confieso que el sueño de aquella tarde fue maravilloso y nunca se me volvió a presentar de esa manera. Quizá por ello aún lo recuerdo.
 Con los ojos bajos, Tahar Ben Jelloun
(Península, 1992)

Muchas veces identificamos la dulzura con los niños pequeños, especialmente con las niñas. Y en esas ocasiones parece que ser dulce es sinónimo de ser cursi, o paradita, o excesivamente tranquila...

A mi, por lo general, me gustan las niñas (y niños) activas, curiosas, divertidas, con carácter,  independientes; es decir, más saladas que dulces. Si bien reconozco que me derrito cuando alguna de mis sobrinas pequeñas se pone mimosita y con ganas de cariños, porque ¿hay algo más dulce que el abrazo de un/a niño/a pequeño/a? Para mi no desde luego...

Esta es una dulzura que nunca empalaga, que nunca cansa... porque no es permanente. Porque -al menos así ocurre con mis sobrinas- a los cinco minutos de ese momento de ternura, ya están otra vez jugando, saltando, peleándose con sus primas o su hermana, pintando, demandando atención, preguntando, pidiendo algo, quejándose, saltando, corriendo, enfadándose, riendo... Cualquiera de esas cosas que a los adultos a veces nos vuelven locos, que nos hartan y nos dan ganas de encerrar a los niños en un cuarto una temporada para no verlos o no oírlos... Pero que, cuando no lo hacen, lo echamos de menos y nos preocupamos.

La dulzura infantil es uno de los mejores regalos que podemos recibir, pero no confundamos dulzura con ñoñería...

Y para terminar, un poco de rock. No sé si a ella le gustará esta canción, pero desde luego tiene alma de rockera...


Sweet child o'mine de Guns N'Roses. Incluída en su primer disco, Appetite for Destruction (Geffen, 1987)