lunes, 19 de enero de 2015

Invierno



Montse

Sólo en parte consciente de la nevada, el acusado contemplaba los copos que caían al otros lado de las ventanas. Había permanecido exiliado en la cárcel del condado durante setenta y siete días, se había pasado los últimos días de septiembre, todo octubre, todo noviembre y la primera semana de diciembre en la cárcel. Su celda del sótano no tenía ventana ni un portal a cuyo través le llegara la luz del otoño. Ahora se daba cuenta de que se había perdido el otoño, que éste había quedado atrás, evaporado. La nevada, que contemplaba con el rabillo del ojo, los copos furiosos lanzados por el viento contra las ventanas, le parecía de una belleza sin igual.
Mientras nieva sobre los cedros, David Guterson
(Círculo de Lectores, 1997)

El cambio de las estaciones nos va marcando el paso del tiempo; ver cómo los árboles van reverdeciendo, floreciendo y dando fruto; cambiando el color de sus hojas y, finalmente perdiéndolas, nos va haciendo conscientes de que el tiempo pasa, en la misma medida en que vemos cambios en nosotros.

Nos van saliendo canas, nuestra piel pierde firmeza, empezamos a notar partes del cuerpo que -hasta ese momento- ni nos habíamos molestado en considerar. La diferencia es que nosotros sabemos que no disfrutaremos de una primavera que nos permita reverdecer de nuevo ¿o si?

El impacto del paso del tiempo en nuestro físico es inevitable (por muchas cremas, cirujías estéticas, modas, tintes y otros "truquillos" que queramos utilizar para retrasar el reloj). No obstante, en nuestro espíritu, en nuestras ganas de vivir, en nuestra mente, en nuestra actitud, el tiempo suma positivamente, y debe ser motivo de alegría y celebración.

Siempre habrá momentos para disfrutar, para crear, para amar, para aprender, para compartir, para crecer; en definitiva, para sentirnos vivos. Sí, incluso cuando seamos más viejos de lo que querríamos aceptar o admitir, en la enfermedad, en la soledad, en la pérdida... no debemos abandonar nuestras ganas de disfrutar de la vida, de -en definitva- seguir vivos, porque es lo que nos va a permitir tener una vida plena y satisfacoria.

No es fácil, claro. A veces son las rodillas las que ganan y nos obligan a estar sentados. ¿Por qué no convertirlo en un momento perfecto para leer un libro? ¿para hablar -en persona, por teléfono, en las redes sociales- con esa persona que siempre nos anima, con la que disfrutamos? ¿para meditar y reflexionar?

Se trata de que tengamos opciones para llenar nuestro tiempo de actividades placenteras y enriquecedoras. Sin olvidar, claro está, el dulce placer de no hacer nada. 

Para terminar, una canción que habla del paso del paso del tiempo, no en el sentido que he querido darle a esta entrada, aunque es una música energizante.

 
Pasa la vida, Raimundo Amador y Charo Manzano (del disco Noche de flamenco y blues, 1998)

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