Román M.
Mi corazón está en las tierras altas
Pero hoy me encuentro más perdido que
nunca
Ojalá alguien venga a rescatarme
He debido equivocarme en los cruces.
-Extracto de un poema de Bob Dylan-
Si, muy perdidos andamos. En algún cruce debimos equivocarnos.
¿Cuándo?, no lo se, mucho tiempo atrás, me temo.
Una pista me la da un tal Paul Lafargue que, allá por 1880
escribía:
Cada minuto de trabajo de la máquina podría conceder al obrero diez
días de descanso y, lo que vale para la industria textil vale más o menos para
todas las industrias renovadas por la mecánica moderna. Pero ¿qué vemos? A
medida que la máquina se perfecciona y destruye el trabajo del hombre con una
rapidez y precisión incesante y creciente, el obrero en lugar de
prolongar su descanso en la misma medida, debe redoblar su esfuerzo.
Ante esta locura de trabajar en exceso, el gran problema de la
producción capitalista no es ya el de encontrar productores y decuplicar sus
fuerzas, sino el descubrir consumidores, el de excitar sus apetitos y el de
crear necesidades artificiales. Pero nada es bastante para agotar las montañas
de productos que se amontonan. Los fabricantes, enloquecidos, ya no saben qué
hacer. Al final todos nuestros productos son adulterados con el fin de
facilitar su salida y reducir su duración.
Nuestras máquinas, con su fecundidad maravillosa e inagotable,
realizan dócilmente el trabajo para el que fueron creadas y sin embargo los
grandes filósofos del capitalismo no comprenden aún que la máquina es la
redentora de la humanidad. El Dios que le dará al hombre el ocio y la libertad.
El
derecho a la pereza, Paul Lafargue
(Edición: Ingo Música / 18 chulos records)
Este buen hombre quería que, se impidiera por ley, trabajar más de
tres horas al día. ¡Bendito!
En su lugar, la revolución
industrial elevó la sociedad del trabajo y el negocio a límites no
conocidos hasta ese momento y acabó imponiendo el modelo capitalista de
sociedad de consumo y su ideología de desarrollo sin límites.
Y así nos luce el pelo,
aconsejados por la avaricia y la soberbia nos hemos equivocado en los cruces,
en todos y cada uno de ellos. Y aquí estamos, arrollados por un capitalismo salvaje,
depredador de nosotros mismos y de los recursos del planeta, abocados a un
consumo voraz, irresponsable y nada sostenible (aunque esta palabra llene la
boca de los políticos en todo el mundo).
Hoy confundimos capitalismo con democracia y técnica con
civilización. Pero lo cierto es que nos adoctrinan para que creamos que
la una no puede vivir sin el otro y que, aunque tengamos vuelos
trasatlánticos y una estación aéreo espacial, seguimos siendo bastante
bárbaros; incapaces de vislumbrar que una sociedad en la
que se tiene que estimular artificialmente el consumo para mantener en marcha
la producción, es una sociedad fundada en basura y desperdicio, Y que una economía en desarrollo
continuo no es un éxito, es un cáncer.
No sé bien hacia donde nos
encaminamos pero…. “no me gusta el caminar de la perrita”. La avaricia humana
no parece tener límites, la brecha social no se reduce, siquiera poco a poco,
sino que es cada vez mayor y este sistema que vuelve a la gente egoísta y
agresivamente competitiva. No parece un buen camino, por lo menos no el más
adecuado, para una sociedad que dice querer progresar en paz y armonía
consigo misma y con el mundo.
Es contradictorio que “el
paro” se haya convertido en el mayor de los problemas de esta economía
capitalista y en motivo de pobreza y exclusión para millones de personas
cuando, resulta que el paro, no es más que la consecuencia lógica del
desarrollo tecnológico. “La consecuencia feliz”, debería ser (ya sabéis….
La máquina liberadora….)
Y es perverso tener un sistema educativo – y no
hablo solo del formal, el informal es aún más sibilino - pensado para
crear una sociedad de trabajadores eficientes que conseguirán la felicidad a
través del trabajo y el ávido consumo, cuando no se le puede dar trabajo a todo
el que lo quiera.
¡La solución parece de
cajón!:
“Trabajar menos
horas para trabajar todos y que lo producido se consuma controlando las
plusvalías sin permitir la acumulación avariciosa de la riqueza en unas pocas
manos. De modo que todo el mundo cobre lo necesario como para
mantener el mismo nivel de vida actual”.
¿Sencillo no? Esto ya lo proponía, en el año 1983, Luis Racionero
en su ensayo Del paro al ocio
Y la idea no era nueva, tuve un profesor que nos decía en clase,
finales de los ’70 – primeros ’80 que nosotros (sus alumnos, él decía que era
demasiado viejo para verlo) conoceríamos la jornada laboral de 4 o 5 horas a la
semana. Que el trabajo habría que repartirlo dado el avance imparable de la tecnología
y la informática.
Claro que esta idea es incompatible con noticias como la leída hace
unos días en prensa:
Sesenta directivos de empresas del IBEX cobraron en el año 2013 más de
un millón de Euros.
Muchas de esas empresas, en el mismo periodo, redujeron plantilla
mediante ERES y aprovecharon la tan cacareada reforma laboral para abaratar
salarios y prestaciones”.
Por supuesto, es solo una anécdota, seguro que -a quien lea esto- se
le ocurren un montón de ejemplos.
Pero, no me hagáis caso, en el fondo no soy sino un viejo iluso,
devenido en pesimista, que añora aquella generación que pretendió cambiar el
mundo con su mensaje de paz y amor.
Imagine, John Lennon. Versión de Playing for change