martes, 7 de abril de 2015

Semana Santa



Estos últimos años, con un afán exclusivamente comercial. hicieron procesiones que no iban con la seriedad, la poesía de la vieja Semana de mi niñez. Entonces era una Semana Santa de encaje, de canarios volando entre los cirios de los monumentos, de aire tibio y melancólico como si todo el día hubiera estado durmiendo sobre las gargantas opulentas de las solteronas granadinas, que pasean el Jueves Santo con el ansia del militar, del juez, del catedrático forastero que las lleve a otros sitios. Entonces toda la ciudad era como un lento tiovivo que entraba y salía de las iglesias sorprendentes de belleza, con una fantasía gemela de las grutas de la muerte y las apoteosis del teatro. Había altares sembrados de trigo, altares con cascadas, otros con pobreza y ternura de tiro al blanco: uno, todo de cañas, como un celestial gallinero de fuegos artificiales, y otro, inmenso, con la cruel púrpura, el armiño y la suntuosidad de la poesía de Calderón.
(...)
Yo pediría a mis paisanos que restauraran aquella Semana Santa vieja, y escondieran por buen gusto ese horripilante paso de la Santa Cena y no profanaran la Alhambra, que no es ni será jamás cristiana, con tatachín de procesiones, donde lo que creen buen gusto es cursilería, y que sólo sirven para que la muchedumbre quiebre laureles, pise violetas y se orinen a cientos sobre los ilustres muros de la poesía.

Granada debe conservar para ella y para el viajero su Semana Santa interior; tan interior y tan silenciosa, que yo recuerdo que el aire de la vega entraba, asombrado, por la calle de la Gracia y llegaba sin encontrar ruido ni canto hasta la fuente de la plaza Nueva.
 Impresiones y paisajes, Federico García Lorca
(Cátedra, 2010)

Ya terminó la Semana Santa y decimos adiós a las vacaciones, las procesiones, las películas "de romanos" en la tele, las torrijas y el potaje de garbanzos con bacalao.

Es curioso como en un país laico las tradiciones religiosas siguen tan vivas, que hasta el mencionado potaje de garbanzos y bacalao tiene una explicación religiosa, de cuando en Cuaresma no se podía comer carne para hacer penitencia (en realidad, lo que dice la Iglesia católica es que los viernes hay que practicar la abstinencia y hacer penitencia; lo cual puede ser dejando de comer carne o realizando cualquier acción que a la persona creyente le suponga un sacrificio. Yo no soy creyente de la religión católica, por tanto no me siento comprometida con esta penitencia de los viernes, pero -sinceramente- no creo que comer pescado sea un sacrificio real para nadie...).

Y es llamativo también que las procesiones de Semana Santa estén viviendo un revival en lugares donde antes no se celebraban. Y hablo de Santa Cruz, donde desde hace unos 10 años se han vuelto a celebrar procesiones en la calle, cuando era una tradición minoritaria y casi perdida.

No me gustan las procesiones, me sigue imponiendo la imagen de los encapuchados (de pequeña me daban miedo). La parafernalia que rodea a la mayoría de las mismas -gente vestida de negro, música de tambores y trompetas-, silencios y llantos, grandes velones... me recuerdan excesivamente a la muerte, y no una muerte plácida o serena; sino a un suceso duro, cruel, difícil y con sufrimiento. Imagino que esa es la finalidad que tienen las procesiones, conectarte con la pasión -calvario y muerte- de Jesucristo... Pero no es lo mío, desde luego...

Por suerte, la Semana Santa hoy es más cosas. Siguen poniendo Los 10 mandamientos (Cecil B. DeMille, 1956) o La túnica sagrada (Henry Coster, 1953) en la tele; o sus versiones actuales, como Exodus. Dioses y reyes (Ridley Scott, 2014); bueno, esta es muy reciente y -por ahora- sólo en los canales de pago... Pero también se ha aligerado esa presión religiosa y es, sin más, una semana de vacaciones.

Una semana (cuatro días, si no se trabaja en educación) para hacer un alto en el camino, para tomarse un respiro de las rutinas y las tensiones diarias. Y, con mayor o menor conciencia e intencionalidad, para celebrar el renacimiento, que es lo que se celebra en esta Pascua Florida. El renacer de la vida que acompaña a la primavera.

Y aunque no me guste la Semana Santa religiosa, sí me gusta la Saeta de Antonio Machado, musicada por Joan Manuel Serrat. Y en esta versión de Camarón de la Isla -que empieza a parecerme el genio que tantos consideran-, me parece impecable.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario