sábado, 10 de mayo de 2014

Polvo de estrellas

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Román M.


Al fin y al cabo todos estamos hechos del mismo material.

¿Conocéis la analogía que compara la tierra con una habitación cerrada llena de bloques de lego?
Con ellos se pueden construir, un día, camiones, casas y castillos, otro puentes, y edificios, y otro, tal vez, toda una ciudad. Pero, los bloques de lego son siempre los mismos.
Así es que, en definitiva,  todos formamos parte de todo y, sólo una secuencia excepcional de suerte biológica, hace que estemos hoy donde cada uno esté. Yo, por ejemplo, hoy,  aquí,  escribiendo esto.
Una desviación mínima en cualquiera de esos imperativos de la evolución y yo podría estar ahora, por ejemplo, holgazaneando como una morsa en cualquier litoral pedregoso, y tú lector…. no sé…. ¿buscando frutos en alguna rama colgado?
 Que se lo apunten todos aquellos que se creen pertenecer a una raza superior, con derecho a dictar los destinos de todo aquello que los rodea.
Después de todo, hace mucho que andamos por aquí. Desde aquel protoplasma primigenio, hace unos 4.000 millones de años,  hemos pasado de tener aletas a extremidades, de branquias a pulmones; hemos vivido bajo tierra y en los árboles; hemos sido tan grandes como un ciervo y tan pequeños como un ratón; y, por lo que a mi respecta, tengo claro que, desde un tiempo inmemorial, cada uno de mis antepasados, por ambas ramas, han sido lo suficientemente atractivos como para hallar una pareja, han estado lo suficientemente sanos para reproducirse y han sido bendecidos por el destino y las circunstancias como para vivir el tiempo necesario para hacerlo. Como si su único objetivo vital fuera entregar una pequeña carga de material genético a la pareja adecuada en el momento oportuno, para perpetuar la única secuencia posible de combinaciones hereditarias que pudiese desembocar, casual y asombrosamente en mi.
 
Una vieja foto de mis antepasados más directos. Carnaval, allá por los años ’50. Sospecho que ya me barruntaban, no porque me lo hubieran dicho, lo deduzco por la radiante felicidad de mi madre y la expresión acojonada de mi padre.
Y después de tan largo viaje… mira tú por donde… no me gusta el mundo en le que vivo…
Bueno, perdón. El mundo sí. Hay tantas cosas que de él me asombran.
Esa bola de billar con manchas, que cuelga sobre mi cabeza en las noches de luna llena como pequeño anticipo de un inmenso universo, fascinante y maravilloso.
La fina lluvia y la maravilla cromática de la luz al atravesarla.
La extraordinaria diversidad en formas y colores de flores e insectos.
Me gusta la luz del sol, el fresco aire de la mañana en un claro amanecer.
Como dice la canción en este mundo hay muchas montañas de colores
Si….  definitivamente… es mi congénere y la descomposición de ética y cultura lo que me arruina el paisaje.
La música… siempre… la música.
Tal vez lo único que me redime, en parte, con mi semejante. 
No hay nadie como tú, Calle 13




 

3 comentarios:

  1. Siempre he querido creer que todo (lo bueno, lo malo) tiene un propósito y al final he llegado a la conclusión que si quito las etiquetas y los juicios, es sólo evolución... en ocasiones a través del sufrimiento, otras a través de la armonía, pero siempre evolución como sucede con todas las especies pues aunque nuestras manifestaciones, tecnología, aparente impacto nos hagan pensar otra cosa, simplemente somos una más entre el resto y lo que hacemos marca nuestro destino obedeciendo a la más estricta ley natural, Y evolucionaremos para llegar a una nueve versión de todo este entramado aunque eso pase por la destrucción y la desaparición de parte del mismo...

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    1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    2. No sé qué hice, que borré mi comentario jajaja Lo repito.

      Decía que el problema que yo veo, Zena (y no me queda más remedio que estar de acuerdo con Román) es que parece que nos obcecamos -como especie, como sociedad- en que el camino sea la destrucción, incluyendo la nuestra. Y dudo mucho de que como conjunto, estemos aprendiendo algo...

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